Todos los hombres solos van al cielo.
Yo no quería ver Tyrannosaur porque tenía prejuicios con el título. No sabía de qué se trataba ni quién actuaba pero el nombre me decía: catástrofe, fantasía, mundos imaginarios. No, no y no. Tyrannosaur es otra película de hombres solos.
Joseph (Peter Mullan) está borracho y mata a patadas a un perro. Después va y se burla de un oriental. Después ataca a dos tipos en un pool y corre a esconderse a un local de ropa de segunda donde Hannah (Olivia Colman, ¡Sohpie de Peep Show, vean Peep Show!), le ofrece rezar por él. Al día siguiente Joseph se pelea con otros y vuelve al negocio y así: es un hombre solo borracho y violento que no sabe qué hacer y siempre vuelve a buscar a la mujer que puede rezar por él. Y ella, Hannah, es una pobre esposa de un marido golpeador que siempre que reza por Joseph también reza por ella misma. De eso va, un hombre triste y solo y una mujer triste y casada que se conocen y se relacionan como pueden.
Tyrannosaur es el debut cinematográfico de Paddy Considine y lo que logró es tan triste como extraordinario. Tyrannosaur es oscura. Violenta. Dolorosa. De esas películas que no necesitan llegar al gople bajo para ser un golpe mortal. Cámara desprolija, actuaciones tan justas y medidas que parece que estamos espiando en lugar de estar frente a una representación. Ellos, Joseph y Hannah, son perfectos el uno para el otro: podrían rescatarse mutuamente pero al mismo tiempo podrían destruirse en el intento.
Debajo de la violencia y hostilidad de Joseph se esconde una sensibilidad muy particular, muy sectaria, sólo para los que quiere, para los que le caen bien. Un sentido de la justicia a como de lugar. Joseph es ese enfermo que quiere curarse y se equivoca de remedio y termina siempre peor. Es como los hombres solos de El luchador, de El ilusionista, El ladrón de bicicletas: hombres solos que a veces quieren pero no pueden.
Magnífica, Tyrannosaur.